Allison Schulnik es una joven artista estadounidense con una breve pero muy sorprendente filmografía, que está causando una gran sensación en Internet con su último cortometraje. A pesar de diversos comentarios en Internet que la vinculan equivocadamente a Tim Burton o el cine de horror japonés, la californiana tan solo comparte con ellos una cierta fascinación por lo mórbido, pero sus fuentes y sensibilidad resultan bastante distintas. La artista finalizó sus estudios de animación experimental en CalArts en 2000 y hasta la fecha ha realizado seis cortometrajes de una gran coherencia estética, que continúan o de alguna forma prolongan su obra pictórica. Ambos soportes -la pintura y la animación- la muestran muy vinculada al neoexpresionismo y a pintores como Francis Bacon, Anselm Kiefer, Lucien Freud o Jean-Michel Basquiat. Lo interesante sin embargo es la fijación que parece sentir la autora por el kitsch, como una versión perversa del catalógo de Lladró (entre sus cuadros abundan las naturalezas muertas de flores, payasos, gnomos y animales domésticos) y como ha sabido trasladar de forma genuina este universo pictórico tan particular al ámbito de la animación.
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