El mundo perdido de Verne
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Por Àlex Aguilera Cine Archivo: http://www.cinearchivo.net/site/Fichas/Ficha/FichaFilm.asp?IdPelicula=73670&IdPerson=16668
Influido sobremanera por la lectura de El origen de las especies (1859), uno de los textos científicos fundamentales que tuvieron acomodo editorial una vez superado el ecuador del siglo XIX, Julio Verne ofrecería en La isla misteriosa una nueva muestra de articular una obra literaria atravesada por un conocimiento multidisciplinar en materias tales como la biología, la geología o la física. Otros realizadores y guionistas ya se habían sometido a la dificultad de adaptar al cinematógrafo un texto de semejantes características, en que se hacía inevitable prescindir de bloques enteros del relato y acomodar una voz en off (la de Cyrus Harding/Michael Craig) en función de la necesidad de explicar asuntos que no visualizamos en pantalla, además de la eliminación de personajes que pudieran transformarse en «elementos» de distracción para con el espectador, desviando así la intención primaria de sus responsables artísticos.
La apuesta de la versión cinética pergeñada por la Columbia iba encaminada asimismo a satisfacer, como apuntaba, las propias necesidades creativas de Harryhausen, al tiempo que se razonaba sobre la opción de no abandonar una práctica habitual del Séptimo Arte, incorporando un par de presencias femeninas, ausentes en el relato de Verne por mor, según algunos biógrafos, analistas e historiadores de su prolífica obra, de una acusada misoginia. Ello permitía la confección de una subtrama que alimentaba la idea de una relación sentimental sostenida entre Helena Fairchild (Beth Rogan) y Herbert Brown (Michael Callan) con visos a ser refrendada en el Altar (así se expresa en una línea de diálogo de manifiesto acento romántico). Nada demasiado importante en el contexto de una producción diseñada a fuego para que la magia de Harryhausen brillara con intensidad. A la postre, él fue el galvanizador del proyecto más allá de las prestaciones del realizador de origen sudafricano Cy Endfield. De ello podría dar fe, entre otros, el ayudante de dirección Eugenio Martín, absolutamente fascinado por la forma de trabajar de Harryhausen en el set de rodaje. No en vano, buena parte de las secuencias que se habían concebido en el storyboard afectaban de pleno a la labor creativa administrada por Harryhausen. A la postre, éstas se convertirían en el principal foco de atención que opera en el metraje de La isla misteriosa (1961). El público de la época empezaba a “demandar” esos momentos harryhausenianos y, al salir de la proyección de la nueva versión cinética de La isla misteriosa, el semblante de satisfacción parecía ser el dominante.
Para siempre, las distintas generaciones de espectadores que han visitado o siguen visitando una propuesta de estas características, perdura en la memoria las escenas de la lucha del cangrejo gigante, la de las abejas de tamaño descomunal en la colmena donde quedan sellados algunos de los recién llegados a la isla (para la misma se invertiría el efecto de rodaje en la mesa de montaje) o el de la “rebelión” de las gallinas de grandes proporciones, sintiéndose amenazadas por la presencia humana. Las técnicas adoptadas por Harryhausen para dar carta de naturaleza a las mismas se concretarían en la aplicación y perfeccionamiento de los trucajes por stop motion, de la que sería un consumado especialista. En ocasiones, los moldes con los que se partía eran de origen orgánico, caso de un cangrejo real cuyo interior se vació por parte de un técnico del Museo de Ciencias Naturales de Londres. A renglón seguido, Ray Harryhausen con el amparo de su progenitor, idearon un artificio de látex que permitía trabajar la técnica de la stop motion. Tales imágenes en movimiento de las criaturas de Harryhausen procesadas en la gran pantalla en el sistema Dynamation tendrían un efecto mágico añadido al escuchar la composición musical de Bernard Herrmann, esencial para calibrar el alcance artístico de una propuesta que tuvo continuidad, al corto o medio plazo —aunque desde otro plano temático, geográfico e histórico-mitológico— en Jasón y los Argonautas (1963) y La gran sorpresa (1964), servido este último a partir de un relato concebido por H. G. Wells, coetáneo del propio Verne e igualmente con un discurso cientificista que operaba conforme al sustrato de su obra. En verdad, La isla misteriosa convertida en película opera en dos direcciones concretas: una, la de articular un relato de acción desde el inicio —con la dificultad añadida de la huída en globo con planos alterados—; y la segunda, la de mantener una segunda parte con un estilo propio de las Wonder Movies tan caras al cine fantástico desde los años cincuenta con The Black Castle (1952), de otro hombre clave del género: Nathan Juran. Por su parte, Harryhausen siempre ha defendido el film en sus numerosas visitas a España —con motivo bien de rodajes como de homenajes varios—, por cuanto resume su visión del cine de entretenimiento y de efectos visuales "cómplices" para con el espectador. La idea de dar credibilidad a esos elementos ‘monstruosos’ haciéndolos parte de la naturaleza evolucionista a plena luz del sol, es un concepto únicamente atribuible a Harryhausen y Verne, cuya obra más compleja de lo que en un principio pudiera parecer —como en el caso de Veinte mil leguas de viaje submarino— ya aventura ese carácter bondadoso del film, pese a suceder en plena guerra de Secesión Norteamericana. Aquí Confederados y Unionistas forman parte de un mismo equipo de supervivencia. Cinco personajes que libran una batalla con un mundo a priori inhóspito y desconocido. Excelente adaptación de una de las obras más leídas de Verne.• |
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Julio 2020
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